jueves, 11 de junio de 2015

La Puerta del Fondo

El departamento del tercer piso tiene cuatro habitaciones, dos baños, una sala de espera con cómodos sillones donde varias veces se colma de gente, una cocina pequeña y un lavadero que en realidad es utilizado para que las profesionales se vistan allí, o hagan reuniones improvisadas en sus mínimos ratos libres, donde se intercambian consejos, experiencias y planifican la salida de los fines de semana.
De las cuatro habitaciones existe una que genera temor en las chicas, la del fondo. Claro que ninguna está exenta de lo que ocurre allí, y al aceptar el trabajo bien remunerado ya saben con anterioridad de qué se trata la historieta. Pero conocer al monstruo no implica perderle el miedo.
Ella sabe desde anoche lo que tendrá que hacer en apenas unos minutos. Mientras se mira al espejo para maquillarse los ojos recuerda la primera vez que aceptó ingresar en la habitación del fondo. Hasta ese entonces ella solo había participado en los otros tres dormitorios, y si bien el salario le alcanzaba, la tentación (y la necesidad) hizo que la oferta sea aceptada.
En el cuarto del fondo hay algunos privilegios. Por empezar quien entre en él tiene la ventaja que solo trabajará ese turno, y su jornada laboral se hace más corta. También la remuneración es muy superior. Solo hay que estar con el cliente dos horas, más algunos minutos de "yapa" que siempre ofrecen como servicio extra, minutos que son premiados con suculentas propinas que aumentan el ingreso monetario. Otra regla del lugar es que ninguna puede ingresar en el dormitorio en cuestión más de una vez por semana.
Ella piensa mientras pinta sus labios las razones que la llevaron a estudiar y ser profesora de yoga. Desde muy chica brindó clases a mujeres mayores, pero debió suspenderlas al quedar en cinta, luego le costó demasiado recuperar la clientela. Es por eso que también se recibió de varios cursos como masajista. Desabrocha prolijamente los primeros dos botones de su camisa y trae a su mente el momento en el que hizo su primer masaje descontracturante, sabe que no lo hizo bien, unos días después se entera que su cliente contrató a otro masajista más profesional para corregir las errores suyos, ahora sonrie, ya no le ocurre eso, ahora ella también es profesional y sabe lo que hace, pero esto es otra cosa.
Se mira al espejo y no se reconoce. Se asusta de sí misma. Su expresión de temor la paraliza. El maquillaje no es capaz de disimular las muecas de pánico. Siente temor, claro, pero esta clase de clientes paga poco a poco la deuda de la hipoteca de la casa de sus padres, y le permite pagar su propio alquiler sin ningún sobresalto económico.
Ya dentro del dormitorio ve que el hombre está fumando. Él no le dice palabra alguna, fuma tranquilo y la hace esperar de pie. Apaga el cigarro en el cenicero de la mesa de luz, se incorpora y camina hasta el placard, de donde retira un collar de cuero y un cinto largo que tensa estirándolo con sus manos. Ella siente como si corazón comienza a palpitar con urgencia y su boca, súbitamente, se seca. Esto es nuevo. Trata por todos los medios de evitar que las lágrimas que se están formando en sus ojos caigan, sabe que llorar solo empeorará las cosas. Siente frío y dolor en el estómago. Tiembla.
El hombre se para frente a ella. Sin decirle palabra alguna le coloca el collar con cuidado, corriendo su cabello hacia un lado para no engancharlo. Coloca sus manos en sus hombros, sujeta todavía el cinto que cae colgando a un lado de la chica, rozando sus muslos. Ejerce presión y la obliga a ponerse de rodillas. Ella siente un chasquido de metal y sabe que el cinto se está uniendo al collar. Él la empuja desde la nuca y la invita así a ponerse en cuatro patas. Cierra los ojos cuando él la invita "a pasear un poco" por el dormitorio, que para males de ella es amplio. De esta forma dan vueltas al rededor de la cama, ella fingiendo ser una mascota y él un amo que debe adiestrarla. Jala del cinto ahorcándola como señal para que se detenga. Ella no puede contener las lágrimas cuando el le pide que ladre. "Guau, guau" dice, y no puede creer que existan hombres que paguen por esto, y piensa en su hijo y en toda su inocencia, piensa en sus padres y el orgullo que le demuestran sentir por ella día a día, y piensa, sobre todo, en su propia dignidad.
Sabe con resignación que la humillación recién comienza, y que una parte de su alma se quedará en esa habitación por siempre.

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