martes, 14 de julio de 2015

Carta al Indio Solari & Skay Beillinson

Queridos Indio y Skay...
Estamos en épocas de declaraciones públicas sin que nadie pregunte. Las redes sociales han logrado acercarnos a la vida de un montón de personas, la mayoría públicas, que antes era casi impensado...
Parece que hay una necesidad de contarnos todo; como si de esta manera, al exponerse con las propias palabras, dejen aclarado sin ningún tipo de intermediarios lo que tal vez nadie quería que le aclare.
Desde un lado frívolo vemos cómo pasan el Día Del Padre los famosos (poniendo ésos mensajes y fotitos taaaaan obvias), cómo sus hijos dicen de su amor por sus padres. También aclaran cómo viven diariamente o contestan, en una charla tuitera, grandes disputas de cómo se separan; si pagan la cuota alimentaria o dejando en claro que si “hablaran de todo lo que saben” quedarían expuestas cositas que todos vociferaríamos a los cuatros vientos.
¿Pero es realmente necesario esto? Antes uno se cuidaba de decir en público, o ante un periodista, un montón de cuestiones que no querían que salgan publicadas. Es más, se enojaban cuando alguien dejaba al descubierto a algún personaje, diciendo que exponían su vida, que no era un tema público y etc. etc.
Durante años respetamos a los que hablaban poco, que sólo nos enterábamos de su vida a través de sus actos públicos. El resto quedaba librado al imaginario de nosotros, el público. Los Redondos hicieron de esto casi una Biblia. Sacaban discos, hacían conciertos y listo. El resto era pura ganas de saber, de supuestos y chismes, que sin ser comprobados hacían parte del mito. Y todo bien. No necesitábamos saber qué estaban comiendo, si se hablaban o no, si había grupitos internos u otras cosas. Sobrevivíamos con lo que nos daban.
Pero parece que ninguno puede caer en la tentación de aclarar. Si están las herramientas dadas para que todo quede claro, ¿por qué no usarlas? ¿Por qué dejar que digan lo digan si puedo dar mi punto de vista? Y también lo puedo hacer de forma irónica… Y pegar donde hay que pegar.
Desde hace tiempo queríamos saber por qué ésas personas que parecían tan unidas, dejaron de estarlo. Por qué Indio y Skay no se hablaron más, qué había pasado si estábamos todos tan felices.
Pero como era de esperar, nunca hubo un respuesta.
Salieron artículos, libros, gente cercana que daba pequeños detalles, pero de su boca…muy poco. Y estaba bien. Porque era lo que esperábamos.
Así que no entendemos muy bien (o mejor dicho no entiendo muy bien) por qué todo el ida y vuelta de los últimos meses. Empezó con el video del concierto en Racing, después que uno lo quería guardar, que no lo tenemos, que si lo tienen; y de golpe apareció en YouTube. Más enojo. ¿Quién lo puso? ¿Fue para provocar? Y por último la fea noticia de una enfermedad, pero en seguida el no te creo, sos un fabulador, para terminar con la carta que habla “de la señora” y “canallada”.
¿Para qué? ¿Por qué?
Y no es que no entienda que en los tiempos que vivimos uno se ve muy expuesto rápidamente y que la tentación de aclarar está al alcance del pulgar; pero creo que no se merecen esta disputa pública. No es justa para ustedes, que sé lo inteligentes que son, ni para la gente que los quiere. Incluso no está bien para los que los odian!!! No es necesario escalar tan visceralmente una discusión de viejos amigos, aunque de eso no quede nada. No nos gusta, aunque pidamos sangre todo el tiempo, que nos aclaren en capítulos, qué fue lo que tanto los separa. Es triste ver cómo se dicen en público lo que siempre pudieron aguantar en privado. Todos tenemos trapitos para mostrar al sol, en cosas grandes y en cosas chicas, pero no es cierto que todos tengamos que verlos tendidos por ahí para tomar una decisión.
Fueron y son una parte increíble de nuestra música; nuestra por el país y nuestra por lo que nos modificó e inspiró. Porque siempre los juzgamos por lo que nos muestran, no por lo que suponemos. Y lo que nos están mostrando no nos dice nada, más que están enojados y con cuentas pendientes. Pero parecen padres disputando el amor de hijos en plena separación. No queremos tomar partido, no nos interesa tomar partido.
Perdón si ven en este texto una intromisión innecesaria, pero a otros se lo dejamos pasar y jugamos el juego. A ustedes no porque, como ya dije, son una parte de nuestras vidas y los queremos. Más allá de quién tenga razón, cosa que sólo es importante para ustedes.
Con todo respeto,
Mario Pergolini.

martes, 7 de julio de 2015

¿Por qué?

¿Por qué? ¿Por qué tenemos que preguntar tanto cuando parecía que había llegado el instante eterno de festejar? ¿Por qué, de nuevo? ¿Por qué si en la mayoría de los días te la pasás flasheando a millones de chicos que quieren ser como vos, en este nuevo día tan final aparecieron dos chicos chilenos -con grandeza de Messi- tratando de levantarte del pasto después de la fatídica definición por penales? ¿Por qué, Leo? 

¿Tenés alguna explicación? ¿Sabés que muchos la buscamos pero nos quedamos sin palabras al ver esa mueca tan tuya de angustia, o de tortura, como diría Mascherano? ¿Hay algo más insoportable, futbolísticamente hablando, que verte mirando al piso, abatido, como luego del penal de Banega? 

¿Cómo puede ser si vos sos un especialista en finales? ¿Hay una diferencia tan grande entre las que jugaste en el Barsa y las que sufriste con la Selección? ¿Y entre Martino y Pep Guardiola? ¿O entre Luis Enrique y hasta Maradona? ¿O entre esa compañía coral que te rodea en España con este otro plantel argentino con el que venís peleando hace una década? ¿Cómo se explican los 23 títulos contra los cero? 


¿Te faltó algo en esta Copa América luego de avisar que llegabas mejor que al último Mundial? ¿Te sentiste bien? ¿Por qué tuviste que bajar tanto a buscar la pelota, incluso casi en la salida del ataque posicional que propone el Tata? ¿Por qué te costó llegar al gol, al margen del penal contra Paraguay en el debut? ¿Por qué los mil gritos de todos los colores allá y este solo acá? ¿Y por qué lo del partido con Chile? 

¿Aceptás que el Messi maradoniano apareció en brevedades? ¿Hubo un acierto táctico de Sampaoli en la marca escalonada con la que te doblaron cuando agarrabas la bola? ¿Te molestaron las patadas sistemáticas para bajarte? ¿Mirarías de nuevo la contra que armaste previo a la pifia de Higuaín en el descuento del tiempo regular? 

¿Considerás que es mala suerte? ¿O qué es un karma? ¿O qué hay un muro psicológico en estas instancias? ¿O qué te falta un poco de todo lo otro que tenés en el 99% de tus partidos? 

¿Quizá creés que el hincha es argentinamente injusto, exitista -o ambas cosas a la vez-? ¿Entendés las críticas de los medios de prensa? ¿Te cuesta vivir en la dualidad de ser tan elogiado y tan cuestionado al mismo tiempo? 

¿Tenés idea de que a vos se te pide más que a cualquier tipo que se para adentro de una cancha? ¿Y que por eso es más difícil encontrar el equilibrio cuando en los 120 minutos se vio poco de vos? 

¿Te acordás de aquella final contra Nigeria, en el Mundial Sub 20 de Holanda, hace justo una década? ¿Y la otra jornada dorada en los Juegos Olímpicos allá en China y también contra los nigerianos? ¿¡Cómo no mirar esas definiciones!? ¿Y, contrariamente, hay una manera de borrar otras tardes? ¿La de Venezuela en el 2007 contra Brasil? ¿O la del Maracaná el año pasado frente a Alemania? ¿O la que todavía está fresca -muy fresca- en el Estadio Nacional? 

¿Te quedan ganas de seguir arriesgando tu prestigio: si parece que al ponerte la camiseta argentina siempre tenés más para perder que para ganar? ¿Pensaste en largar todo? ¿Podemos confiar en que a tu historia con la Selección todavía le falta el happy ending? ¿Tendremos la gran posibilidad de contar en los diarios del mañana que a Messi ya no le queda nada por ganar? Sí. Sí. ¿Será verdad que desde el sábado querés jugar ahora mismo otra final?
 



jueves, 2 de julio de 2015

¿Vivir preocupado por todo, o ajeno a los que nos rodea?

Los prestigiosos psicólogos españoles Rafael Santandreu y Antoni Bolinches reflexionan sobre dos conceptos antagónicos como la obsesión y la despreocupación patológica.


Aristóteles decía que la virtud es el punto medio entre dos extremos (que él llegó a denominar vicios). Para muchos, es en ese estadio central donde radica el equilibrio, la sensatez, la justa medida. Se trata de un espacio muy cotizado que todos anhelamos alcanzar en diversos y variados terrenos de la vida. Por naturaleza lo buscamos, aunque paradójicamente es nuestra propia fragilidad como seres humanos la que a veces nos aleja de él. Ahí radica la dificultad. 

La mayoría de las personas somos fácilmente clasificables y diferenciables mediante el ejercicio de yuxtaponer conceptos antagónicos. Hay personas de fuertes convicciones, y otras que no tienen opinión; hay a quien tachan de arrogante mientras a otro lo tildan de indolente; a unos los califican de tozudos y a otros de transigentes; y a algunos los definen como obsesivos y a otros tantos como despreocupados patológicos. En este sentido, y centrándonos en esta última pareja de contrarios, ¿cuál es la mejor opción? –si es que hay una mejor que otra-: ¿vivir constantemente preocupado por cualquier cosa, o subsistir ajeno a todo los que nos rodea?

“Preocuparse es de persona inmadura y supersticiosa”. Así de tajante se muestra el prestigioso psicólogo Rafael Santandreu, y añade: “En esta vida no hay nada por lo que preocuparse: ni por el trabajo, ni por las responsabilidades, ni por posibles enfermedades. Si lo peor que te puede pasar es morirte, y eso pasará dentro de poco de manera inevitable, ¿de qué te podés preocupar si lo peor ya está asegurado?”. “Vivimos en el mito de que es bueno preocuparse”, continúa Santandreu, “y es completamente absurdo”.

Este discurso, que a más de uno le puede parecer provocativo e incluso desafiante, no es nuevo. Los estoicos ya lo defendían hace más de 2.000 años. Epicteto, por ejemplo, ya sostenía que “nada temible hay en la muerte, sólo el juicio que nos hacemos de ella”.

Este filósofo griego iba incluso mucho más allá en sus postulados.“Cuando beses a tu hijo o a tu mujer decí: ‘beso a un ser humano’, de modo que si mueren no te sentirás perturbado”. A través de estas aseveraciones, Epicteto pretendía exponer que un ser humano, ante todo, es un ser mortal y, en consecuencia, está expuesto per se a enfermedades y accidentes.

Rafael Santandreu, discípulo de Giorgio Nardone, creador de la Terapia Breve Estratégica, y seguidor de los postulados de Albert Ellis, padre de la Terapia Racional Emotivo Conductual, identifica una segunda razón por la que no tiene sentido, a su juicio, preocuparse. Asegura que “la sociedad está enferma por, entre otras cosas, darse una importancia que no tiene”. “Sólo somos granos de arena en el Universo”, afirma.

Antoni Bolinches, reconocido psicólogo y creador de la Terapia Vital, coincide con Santandreu en el diagnóstico enfermizo de la sociedad, y añade que “la obsesión y la despreocupación desmesurada son dos tendencias muy frecuentes que tienen su origen en el nivel de autoexigencia de la persona”. A mayor autoexigencia, más tendencia a la obsesión; a menor autoexigencia, más propensión a la despreocupación.

Bolinches defiende que el comportamiento de las personas viene marcado por la interacción de tres partes internas –el Padre, el Adulto, y el Niño- que nos aportan informaciones distintas y que terminan por determinar nuestra conducta. El Padre, esgrime, nos marca el sentido del deber; el Niño actúa desde el principio del placer; y el Adulto actúa de mediador entre Padre y Niño. Cuando la persona tiene el Padre más desarrollado “actúa de forma más autoexigente”. Y, por el contrario, cuando predomina el Niño “la tendencia es a despreocuparse”. “Las personas maduras se mantienen en el punto medio de Adulto”, asevera.

Aunque a priori uno pueda pensar que el permanecer indiferente a todo comporta muchos más beneficios que perjuicios, ser despreocupado también conlleva sus contratiempos. “Se perjudican a sí mismos”, señala Bolinches. “La persona que no tiene la capacidad de canalizar sus capacidades, a través de la voluntad, hacia los objetivos de resolución de conflictos se convierte en verdugo de sus propios proyectos. Incluso para hacer las cosas que te gustan se requiere de una cierta voluntad”, agrega. Estas personas, añade Bolinches, en las que manda mucho el Niño corren peligro de convertirse en individuos “inconsistentes, inconstantes, frívolos y superficiales”.

En este sentido, Santandreu esgrime que detrás de esa figura despreocupada se “encuentra un farsante que quiere hacer ver que a él no le importa nada, pero no es verdad. En realidad, tiene mucho miedo y lo disfraza con esa actitud”.

No existen fórmulas milagrosas para dejar de torturase con las obsesiones. La persona que las padece “debe hacer un cambio filosófico radical en su vida”, esgrime Sanandreu, “tan radical que puede llegar a asimilarse a la experiencia por la que atraviesa una persona que ha pasado por una enfermedad muy grave y la ha superado”. Tras ese mal trago, esas personas consiguen “disfrutar de las pequeñas cosas”. “Se trata de un cambio filosófico de 180 grados de tus valores personales”, arguye.

Una buena manera de empezar sería dejar de preocuparse para pasar a ocuparse. “Si me ocupo, no me preocupo, por tanto no caigo en la obsesión. Ni me despreocupo, por lo que evito frivolizarlo todo”, defiende Bolinches. “Las personas que se ocupan y no se preocupan son las que aportan algo positivo a la sociedad”, añade Santandreu. “No tienen miedo y no se preocupan, sino que disfrutan increíblemente de lo que hacen, hasta el punto de que su mejor ocio es trabajar. A mí personalmente me pasa. No nos preocupa nada, pero no nos volvemos pasotas (N. del E.: personas que muestran despreocupación o desinterés por todo lo que le rodea). Y, paradójicamente, rendimos mucho más que los que se preocupan, porque no nos bloqueamos por el miedo”, sentencia.