Les dejo en exclusiva los dos primeros capítulos de mi nueva novela, que si todo sale bien será editada en breve.
UNO
Esa noche me
encontraba molesto. Sentía bronca conmigo mismo. La cena había sido un
desastre, además, pensé, si está crudo no es cena, pero a veces uno, en
determinadas circunstancias, debe mantener la educación y comer lo que le
sirven por más que se trate de un plato asiático. Acababa de aceptar una
relación comercial y profesional que no debí haber aceptado. No solo porque el
pedido era para entregar en poco tiempo, sino porque, con la experiencia
adquirida a lo largo de los años, sabía de ante mano que el cliente no quedaría
conforme. Exigía un fondo suave pero que se imponga, quería que su rostro
estuviera rejuvenecido pero no al extremo de no distinguir de quien se trataba,
¨levantamelas un poco¨, sonrió tocándose ambos senos. Pidió si por favor ¨no le
podía hacer una cruz a pesar que ella no usaba cruces¨. Me había comprometido a
pintar un retrato de Olga Manzuk, la mujer con más dinero de la ciudad, y lo
peor del compromiso era que debía entregarlo pronto, no pasado el mes, porque la
fecha de su aniversario estaba próxima y ella ofrecería junto a su esposo una
fiesta inmensa donde pretendían mostrar el cuadro.
-
Por los
números no te preocupes – dijo Octavio Gurbindo, el marido y, a fin de cuentas,
quien en realidad era el poseedor del dinero.
Octavio Gurbindo
hacía las veces de magnate local. Era el dueño de restoranes, locales de ropas
tanto para el hombre como para la mujer, tenía una cadena de quioscos y
locutorios importante, dos bares, un boliche, la juguetería más grande de la ciudad
además de ser el dueño de varias propiedades en una zona turística que
alquilaba a los viajantes. Tenía campos y una agencia de turismo que solo se
dedicaba a vender viajes al exterior. Las malas lenguas no se ruborizaban al
decir que también poseía varios prostíbulos y que fomentaba la trata de mujeres
latinoamericanas. Él restándole importancia a la anónima denuncia se defendía
diciendo entre risas que ¨no hay que buscar afuera porque no hay como la carne
argenta¨, frase que irritó a todas las ONG femeninas.
Cuando nos despedimos
dijo que ¨la casa invita¨, y lanzó varias carcajadas sonoras al aire, se ahogó
con su propia risa, tosió hasta que su rostro adquirió un color bordó y una vez
superado el mal transe continuó riendo con excentricidad, como si nada hubiese
pasado. Su esposa, a su lado lo miraba de reojo con complicidad y sonreía. En
efecto, el restorán donde nos encontrábamos cenando era de su propiedad.
Lo último que me
dijeron referido al tema del cuadro ya con todos de pie, fue que a la mañana
siguiente ellos dejarían un sobre con la foto elegida para retratar en el local
Jem, el local más grande de ropa para mujer, que por supuesto, era propiedad de
ellos.
Caminamos juntos
hasta la vereda, Olga se retrasó un poco dándole indicaciones al gerente del
lugar, al parecer la música ambiente no combinaba con el juego de luces tenues,
y el desperfecto debía ser corregido a la brevedad. El señor Gurbindo me palmeó
la espalda con su mano derecha mientras con la otra llevaba un habano a su
boca. Me ofreció uno y me pareció descortés rechazarlo. Lo acepté y le dije que
lo fumaría en soledad más tarde, para fomentar la inspiración, porque ¨un
habano se disfruta mejor en la soledad¨. Me mostró la caja donde guardaba el
resto de los habanos y me señaló una etiqueta, ¨son de Cuba¨, dijo,
¨importados¨, y acto seguido volvió a reír a carcajadas intentando encender el
habano a la misma vez. Un nuevo ataque de tos lo abrazó a tal punto que terminó
escupiendo una mezcla de moco y sangre sobre la vereda.
-
¿Fuma mucho?
– sentí la obligación de consultar.
-
Lo
suficiente como para que me de tos.
Su mujer nos
interrumpió.
-
No pueden
poner a Mozart de fondo si las luces son azules, estoy cansada de decirles.
Mozart va con luces rojas, rojas – repitió la última palabra separándola en
sílabas.
Luego de su queja la
señora caminó hasta el auto. Octavio me preguntó si tenía como regresar a mi casa,
que no sería molestia alguna llevarme. Le agradecí el gesto pero dije que
prefería caminar para oxigenar mi cerebro.
-
¿Me podés
abrir la puerta? – volvió a interrumpir Olga.
Su marido presionó el
botón de su llavero, una alarma sonó y la mujer pudo subir al auto.
-
Vos hacé
lo que quieras – me dijo con calma, como desmereciendo todos los pedidos
artísticos de su mujer – Manejate tranquilo, no le des bola a esta.
Cuando él estuvo a
punto de subirse al auto levantó su habano como si fuese un trofeo y gritó que por
fin yo iba a descubrir lo que era fumar algo bueno, su carcajada, a esa altura,
ya me era familiar y comenzaba a irritarme, vi como su mujer le palmeó la
espalda ante un nuevo ataque de tos.
Pero no fue esa la
gota que rebalsó el vaso e hizo que me enojara del todo, a fin de cuentas, solo
se trataba de un cuadro que por oficio sería capaz de realizar sin mayores
inconvenientes, cuando no aparece la inspiración el oficio suplanta al talento.
Mi verdadero enojo vino después. Pasada apenas la una de la madrugada del
viernes me encontraba entre dormido en mi cama, todavía vestido pero sin las
zapatillas puestas y con la televisión encendida en volumen cero cuando de
pronto la pared del respaldo comenzó a sonar, pequeños golpecitos, como
martillazos cautelosos pero demasiados bajos, se me ocurrió pensar que nadie
colgaría un cuadro a esa altura. Creí también que estaba soñando, un sueño extraño
y sin sentido alguno, si es que existen sueños con sentidos y lógica, pero
golpes más fuertes y más continuados me estremecieron al punto de hacerme
saltar literalmente del colchón. Agudicé mis oídos para comprobar que sí,
efectivamente alguien había del otro lado de la pared golpeándola con cierto
grado de entusiasmo. Afiné mejor mi concentración, inclusive, como si se
tratara de un film de terror clase B me arrimé sin hacer ruido hasta la pared y
apoyé la oreja en ella buscando saber qué estaba ocurriendo en la habitación
vecina. Del otro lado se escuchaban los jadeos de un hombre próximo al clímax.
Los golpes en la pared culminaron al mismo tiempo que una mujer lanzó un gemido
largo, fuerte y tendido.
Pensé en golpearles
la pared y gritarles con furia que se fueran a un hotel, pero ellos estaban en
su casa, podían hacer lo que quisieran, tenían derecho. Se me cruzó por la
cabeza ir hasta la casa vecina, tocar el timbre y plantearles el problema de
forma educada, ¨disculpen, pero los sonidos de sus manifestaciones románticas
me impiden dormir con normalidad, agradecería, de ser posible, que sean un poco
menos apasionados¨. Estaba colocándome el calzado, decidido a ir, de repente surgieron
en mí unas inesperadas ganas de discutir, pero había varias opciones que
frenaron mi embestida animal, una y la más concreta era que el hombre me cagara a
trompadas en la vereda, él aun semi desnudo y con el sudor propio del ejercicio
del amor; otra era que la mujer se ofendiera y me denunciara por acoso y por
pervertido, a fin de cuentas yo estaba pegado a la pared oyéndolos mientras
ellos intimaban. Pero lo que realmente me impidió realizar en persona la queja
fue que mi vecina era una conocida de toda la vida, y toda la vida es toda la
vida, al menos de ella.
Mindy. Le decían
Mindy por un antiguo y poco conocido dibujito animado que transmitía un canal
al mediodía, se trataba de una nena que tenía un perro que pensaba en voz alta y
hacía líos por todo el barrio, enloqueciendo especialmente al anciano que tenía
un gato quien también pensaba en voz alta. Era cinco años menor que yo, lo sé
con certeza porque nuestros padres eran muy amigos, además cumplimos los años
en el mismo mes. Cuando yo jugaba a la pelota en la esquina con otros chicos
ella y el resto de las chicas del barrio se sentaban en el cordón de la vereda a
mirar. Las más grandes miraban a los chicos y escogían candidatos, generalmente
quienes hacían más goles, o al flaco que se atajaba todo, y las nenas como ella
solo peinaban a sus muñecas y hablaban de ser madres en un futuro, creyendo que
los bebés provenían de la cigüeña o algún repollo, y sin saber que ser madre es
un juego de veinticuatro horas al día por el resto de la vida.
Ella vivía sola en la
casa de al lado, su casa de siempre. Sus padres, cuando ella tenía diecinueve
años tuvieron un accidente automovilístico en la ruta que involucró a un
camión, un colectivo de larga distancia y cuatro autos. El saldo fue trágico,
once muertos, entre ellos sus padres, y varios heridos. El accidente tuvo
cobertura nacional por parte de los medios, que son aves carroñeras, y donde
hay sangre está la cámara y el cronista llenando minutos de aire con
improvisadas teorías conspirativas. Su padre murió instantáneamente dijeron los
doctores, su madre por el contrario, debió ser internada en un grave estado,
pero no sobrevivió, falleció a la semana en la clínica.
Recuerdo que fuimos
al velorio con mi papá, mi mamá por ese entonces ya se encontraba viviendo en
España. Todo el barrio le daba sus condolencias y el pésame, como si sirviera
de algo. Su tía, la hermana de su madre, era la única en el velorio que
lloraba. Mindy estaba sentada en un rincón, seria, pero cuando alguien se
acercaba a saludarla ella obsequiaba un sonrisa forzada, y terminaba ella
consolando al invitado, mostrando una sorprendente fortaleza anímica. Ella ni
siquiera vestía de negro y comía los alfajores que el servicio del velatorio
había preparado. Por alguna razón en los velorios se come y se bebe, recuerdo
que pensé por lo bajo que no desearía estar allí cuando comenzaran las rondas
de chistes. Ella se puso de pie y caminó hasta una mesa en busca de una taza de
café a la que no le agregó azúcar, y recién en ese momento sentí las ganas de
ir a saludarla.
-
No sé qué
decir – le dije – Así que prefiero mantener el silencio.
Ella sonrió por
primera vez en el día sin forzar la risa. Fue una mueca honesta. Sus ojos se
encendieron e inclinó su cabeza para un costado demostrando ternura.
-
Gracias –
me dijo en voz muy suave y dulce.
Me sentí bien conmigo
mismo, sin querer estaba siendo el único que le había dicho algo que la ayudara,
si es que existe la ayuda en un momento así. Ella con sus dos manos sujetó las
mías y volvió a agradecerme.
-
Lo estás
tomando bien – le dije muy suelto.
Su rostro se
endureció. Sus manos me soltaron. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se
apagaron. Sus labios comenzaron a temblar.
-
¿Te
parece? – dijo en voz alta y cortante. Se dio media vuelta y se fue.
Luego de eso estuvo
un tiempo sin siquiera saludarme. La cruzaba por la calle y nada, como dos
extraños. Si coincidíamos en el quiosco o el mercado no me levantaba la vista,
raro en ella que siempre fue muy educada y simpática. Supuse que mis palabras
la debieron haber lastimado, y pensándolo en frío, era algo muy probable, es
lógico que una adolescente que no llora la muerte de sus padres es porque no se
está tomando el tema demasiado bien, o al menos una parte suya no está
conectada con la realidad, lo que tampoco es una mejor opción.
María Martina de los
Milagros Lavrov era su nombre completo. Mindy para los amigos. Mindy para el
barrio. Mindy para todo el mundo.
Me desvestí y me
acosté como corresponde. La noche estaba silenciosa y mientras recordaba con
cierta vergüenza mis fallidas palabras en el velorio de sus padres el sonido en
la pared comenzó nuevamente a ganar terreno en el ambiente. Los jadeos
masculinos, más por el esfuerzo físico que de placer, eran tapados con creces
por los gemidos desmedidos de Mindy, quien parecía estar disfrutando del sexo
como nunca, o al menos, fingía un goce digno de una película de Jenna Haze.
Imaginé que quizás
ella estaba a punto de casarse, o que estaba celebrando el inicio de una
convivencia con su pareja, y no pude menos que recordar todas las veces que yo
arruiné relaciones por mostrarme simplemente como soy. La misma bohemia que
enamoraba a las mujeres era la misma por la que me abandonaban y se iban con
otro. Lo que hoy es una virtud mañana será un defecto. El talento de hoy será
falta de interés en el futuro. Ya me sé los reclamos de memoria. Sonreí por no
pegarme un tiro, mezcla de envidia y simpatía por el momento. Reposé mis manos
sobre el estómago y mirando las figuras que se generaban en el techo gracias a
la poca luz de la luna que ingresaba por la ventana, respiré profundo, cerré
los ojos y sin ningún tipo de excitación murmuré ¨que pendeja hija de puta¨.
DOS
Estuve cinco o seis
días sin pensar en Mindy. A decir verdad nunca pensé en ella demasiado, se
trataba simplemente de una vecina más y no soy del tipo de gente que va
pensando en sus vecinos a diario, no había razones para pensar en ella. De
hecho una vez tuve la mala idea de parecer simpático en el quiosco y pregunté
por Doña Florencia, a quien no veía desde hacía tiempo, ¨murió hace dos años¨,
fue la respuesta del dueño del local, quien nunca supo si yo lo estaba cargando
o era simplemente un descolgado de la vida. La simpatía no es lo mío, supe. Desde
el viernes por la noche en que me enojé hasta esa tarde que la crucé en la
verdulería no había pensado en ella. La verdad es que andaba con poco tiempo,
desde el sábado temprano que fui a buscar el sobre con la foto de Olga Manzuk
para retratarla y algunos materiales para el cuadro a la librería, me había
abocado a trabajar demasiadas horas por días. Mi rutina era eso, una rutina,
exagerada, pero rutina al fin.
Cuando me encargan un
trabajo de este tipo, y que para complicación propia debo entregarlo en poco
tiempo la rutina es la misma, comprar provisiones para salir a la calle poco y
nada, me convierto en un ermitaño silencioso y solitario, a quien la más mínima
y cálida luz del día lo destruye como al más débil de los vampiros de Anne Rice.
Compraba bidones de agua mineral, alguna gaseosa, galletitas dulces, de agua y
saladas, fiambres, pan lactal, pastas, hamburguesas congeladas, golosinas. Era
jueves y las provisiones se habían gastado y debí salir a la calle, sin manejar
otras opciones, a reponerlas, y en la verdulería estaba ella, Mindy, simpática,
riéndose con la empleada de una frase de una novela que miraban ambas por la
noche, ¨cosa de minas¨, pensé.
Mindy como siempre
vestía impecable. Desfilaba con unos jeans ajustados pegados al cuerpo que
resaltaban sus caderas y muslos, botas de cuero, una camisa de seda blanca con
flecos, sus muñecas lucían pulseras de plata y un anillo dorado que supuse
sería de oro, su cuello estaba abrigado con una chalina rosa, su cabello
castañeo claro era recogido con un broche con brillantes pegados y unas gafas
oscuras a modo de vincha completaban su vestimenta. Toda una Diosa del nuevo
siglo, las Diosas de hoy necesitan estar vestidas.
-
Salí
desabrigada, hace un frío – le confesó a la empleada.
Miró la hora en su
celular, lamió sus labios y dijo que llegaba tarde al trabajo. Cuando se volteó
para tomar el rumbo hacia la calle se topó conmigo, se acababa de colocar las
gafas pero al verme se las quitó, como si pensara que saludar a alguien con
gafas puestas fuese mala educación. Me saludó con alegría, con un ¨hola, ¿cómo
estás tanto tiempo?¨, le dije que bien y respondió que bueno, mejor así. Se
colocó las gafas y desde la vereda dijo un ¨nos estamos viendo¨.
Me fue imposible no
bajar la vista hasta sus piernas, y fue allí, al apreciar la belleza de su
cuerpo, que se me vino a la mente sin previo aviso, un pensamiento súbito, la
noche del último viernes, cuando la oí intimar con su pareja de turno, la
tentación de imaginarla desnuda y en acción fue enorme y desmedida y se habría
convertido en una hermosa y extensa fantasía de no ser por la chica de la
verdulería que me interrumpió.
-
Hacele un
cuadro – bromeó al ver que yo no quitaba los ojos de encima de Mindy.
-
Uno como
pintor tiene que observar con cuidadoso detalle todos los aspectos de la obra –
dije fingiendo una inteligencia que no poseo – Desde la forma de caminar hasta
las arrugas que se generan en la tela de la ropa.
La chica se rió y me
dijo que era un charlatán.
-
Sos un
charlatán.
-
Es verdad,
pero la gente no se dio cuenta todavía, por eso sigue comprando mis cuadros.
Regresé a mi casa
pensando qué tipo de cruz podía pintarle en el cuello a Olga, si la hacía
demasiado grande ella diría que le quitaba protagonismo a su rostro, pero si
era muy pequeña diría lo contrario, que le habría gustado la cruz más grande,
una cruz mediana pasaría sin pena ni gloria. Finalmente ganaron las palabras de
su marido, ¨no le des bola a esta¨, le pintaría una cruz mediana artesanal, con
firuletes en las extremidades. Al llegar a la esquina volví a cruzarme con
Mindy, ella caminaba deprisa, dijo nuevamente que llegaba tarde al trabajo, en
sus manos ya no llevaba las bolsas de la verdulería sino unas carpetas.
-
¿Siempre
pintás vos? – me preguntó sin mirarme mientras se subía en su auto, arrojaba
las carpetas en el asiento del acompañante y calzaba su gafas oscuras.
Fue de esas preguntas
insignificantes entre vecinos. La gente no tolera el silencio y debe llenarlo
con algo. Como si la falsedad fuese considerada de mayor educación que el
silencio. Si hay silencio entre dos personas uno de los dos debe decir palabras
o será visto como un mal educado. La gente relaciona el silencio con la muerte,
supongo, entonces hablan para demostrar que están vivos, porque el instinto de
supervivencia afirma que es preferible decir una pavada que pensar una
genialidad. Para el caso daba lo mismo consultarme si yo continuaba pintando o
si estaba de acuerdo con la reforma del código civil. Su frase ¨ ¿siempre
pintás vos?¨ bien pudo haber sido reemplazada por ¨que frío que hace¨, frases
de compromiso, dichas simplemente para aparentar una educación o una vida
social que no tenemos. La velocidad de la vida de hoy no nos permite tener una
vida social, porque creemos que vivir rápido es vivir, cuando en realidad el
sentido de la vida son, o deberían ser, las relaciones humanas. Ella se sentó
detrás del volante de su caro automóvil y vi que se había puesto una campera
marrón, era de cuero, los botones iban abrochados menos los últimos tres, sus
abultados pechos impedían que todos los botones pudieran prenderse con
normalidad. El auto se puso en marcha al segundo intento. Saludó con su mano
para despedirse y a los pocos metros tocó bocina, como si estuviese despidiendo
a un amigo de toda la vida, ¨falsa de mierda¨, pensé.
-
Si – dije
en voz alta – Siempre pinto yo.
La hija del vecino de
la otra cuadra, una niña de edad de jardín de infantes estaba a pocos metros de
mí, montando su pequeña bicicleta aun con las rueditas a los costados. Me
observaba y miraba a sus alrededores, como preguntándose con quien hablaba yo.
Nos miramos fijo unos segundos. Los nenes, por temor, vergüenza o simplemente
por desafiar, nunca bajan la mirada, me miraba con sus cachetes regordetes y
sucios, como asustada.
-
¿Qué? – le
dije.
La niña dio media
vuelta y se fue pedaleando a toda velocidad por la vereda hasta doblar la
esquina y perderse. Me imaginé que llegaría a su casa y le diría a sus padres
que el señor que pinta cuadros estaba hablando solo en la vereda, y ellos le
dirían que yo era un loco y que mejor no acercarse a mí, una opinión sobre mí
estándar.
El auto de Mindy
dobló a toda velocidad, había dado una vuelta a la manzana, supuse por su falta
de capacidad de hacer marcha atrás, un amigo dice que ¨la reversa no es cosa de
mujeres¨, estacionó mal frente a su casa, ella bajó dejando la puerta abierta,
del estéreo sonaba en la radio el puesto número seis del ranking de los
elegidos del nunca jamás, una balada pop de un grupo de España.
-
Me olvidé
el celular – me dijo para explicarme, esta vez no se quitó las gafas, se notaba
que su apuro era verdad – No sé donde tengo la cabeza.
Corrió hasta el
interior de su casa y en menos de un minuto ya estaba en el auto de nuevo.
-
Bueno,
ahora sí, chau – agregó.
Nunca supe cual era
su trabajo. En años pasados siempre se la veía salir de su casa con libros y
cuadernos, algo estaba estudiando, y por su forma de vestir daba para pensar en
algo profesional, abogada, doctora, psicóloga, nutricionista. Su auto era un
modelo nuevo, por lo tanto algo de dinero debía tener, no digo que sea
millonaria, quizás lo estaba pagando en cuotas, pero aun así era un auto caro.
-
Si, debe
ser abogada – pensé.
Me recosté para
descansar unos minutos antes de dedicarme a la cruz en cuestión. Al estar sobre
la cama se me vino a la mente como por arte de magia, como un recuerdo o más
que un recuerdo, como una necesidad inconsciente, Mindy y su novio en pleno
acto, noté con cierto susto que la situación comenzaba a obsesionarme, ¨hay
algo en vos que está empezando a asustarte¨, dice una canción. El novio, por
supuesto, no me importaba. Pero Mindy despertó en mí una intriga en la que
nunca me había fijado. Jamás hasta esa tarde la había observado como mujer, es
verdad que esa no fue la primera vez que le miraba las piernas, cuando ella iba
al secundario y vestía con un estilo gótico, con polleras negras, tachas,
inclusive su cabello fue teñido de un negro azulado fuerte, tenía un novio con
quien se besaba apasionadamente en la entrada de su casa. Estaba claro que sus
padres no le permitían hacerlo dentro de la casa, o a ella le daba vergüenza
que su padre la viera dando besos de lengua, por lo tanto se besaban en la
vereda, a la vista del resto de los vecinos sin el menor de los reparos. Ella
lo abrazaba del cuello, y el chico aprovechando su título de novio se permitía
tocarle los glúteos delante de todo el mundo, acción que ella permitía sin
oponer resistencia. Pero en ese momento yo observaba la situación como lo que
era, un romance entre dos adolescentes cuyo amor no trascendería más allá del
verano, cuando las cursadas terminen.
Ahora era otra cosa.
Ella ya era una mujer. La diferencia de edad no era tan notoria como antes, es
decir, la diferencia de edad era la misma, pero ya no tenía la misma
importancia legal. Yo con dieciocho años y ella con trece era motivo de cárcel.
Ella ya tenía los veinticinco, era una profesional independiente y yo un pobre
tipo que pintaba cuadros. Imposible, pensé. Me imaginé que debajo de toda la
ropa cara con que Mindy se vestía había una mujer desnuda que alguien tenía el
privilegio de tocar y besar a su sano antojo, y que el sonido de las palabras
que habíamos intercambiado ese día era el mismo sonido con el que gemía. El
timbre de mi casa cortó, como la verdulera hacía unos minutos, lo que era el
comienzo de una fantasía.
Celeste y Sonia son
dos amigas de siempre. Con Celeste nos une una amistad desde la primer salita
del jardín, o al menos nos conocemos desde esa época, la amistad vino años más
tarde, Sonia en cambio llegó más tarde a mi vida, en el último año del colegio secundario,
pero desde ese momento somos grandes amigos los tres. Sonia es la encargada de
organizar mis muestras de arte, inclusive de venderlas al exterior, es mi
representante por decirlo de alguna forma. Ella hace esculturas y también le va
muy bien, aunque no realiza muestras y solo vende a conocidos que le encargan
cosas. Además es una amiga con la que cada tanto podemos permitirnos algún que
otro roce cariñoso, motivo que llena de celos a Celeste, o al menos finge celos
cuando estoy a solas con ella vaya a saber por qué motivo.
-
Claro,
como estás con la otra… - es su frase más utilizada.
-
¿Cómo anda
tu amiguita? – es la otra. Si una mujer utiliza la palabra ¨amiguita¨ para
referirse a otra mujer es porque hay celos.
Una noche para contra
restar esa escena de celos tuve la pésima idea de besarla. Ella lo permitió más
porque la tomé por sorpresa que por ganas de corresponder al beso. Se quedó
quieta, con los ojos abiertos, cuando la miré estaba seria, con una expresión
que nunca jamás había visto en ella. Si una chica no cierra los ojos cuando le
das un beso es porque no quiere ser besada.
-
¿Qué
hacés? – me dijo.
-
Si te
ponés celosa… - intenté defenderme.
-
¿Qué
mierda hacés?
Vi que la cosa venía
en serio y me avergoncé.
-
Perdón,
pensé que…
-
Sos un
pelotudo.
-
Si ya sé,
perdón.
-
Sos un
enfermo nene.
Se retiró sin
despedirse y estuvo varios meses sin hablarme, totalmente ofendida. Sonia,
claro está, se enteró de la situación, ellas continuaron con su amistad como si
nada. Lejos de molestarse, a Sonia le dio mucha gracia.
-
¿Sos
boludo? – me dijo – Es tu amiga.
Con el tiempo se le
pasó el enojo y todo fue como antes. Supongo que a esta altura de la relación nada
puede hacer que nos peleemos de verdad y para siempre. Celeste nunca supo que
para la gente como yo la palabra ¨enfermo¨ es un piropo. Tengo una máxima
propia, extremista, que dice ¨si no es un enfermo no es artista¨. Se la dije a
Sonia y estuvo de acuerdo. Celeste es un poco más conservadora, preferí no
comentar la frase frente a ella.
Esa tarde las dos
llegaron a mi casa para tomar el té, porque según ellas los artistas con
glamour toman té, el café es para los psicóticos y el mate para la gente común,
¨pero a mí me gusta el café¨, les dije y me miraron de mala manera. Celeste
opinó que el boceto de la cruz era demasiado grande, me consultó si el retrato
lo había encargado una mujer o una cruz. Sonia, solo para hacerme dudar, me
dijo que la cruz era muy pequeña y simple.
-
Es
simplona – dijo – Vos dibujás mejor.
Esa noche me acosté
temprano, con la idea fija de trabajar todo el día siguiente, esa cruz me
estaba dando más trabajo que cualquier otra cosa. Sabía por experiencia que si
una obra se estancaba por mucho tiempo es una obra insalvable, y tampoco
pretendía que esa cruz fuese como los labios de Mona Lisa, para los cuales
Leonardo tardó, según dicen, diez años en terminar.
El viernes comenzó en
las primeras horas del día, seis de la mañana me encontré desayunando galletitas
de agua con paté mientras oía una radio de tangos con bastante interferencia.
No eran ni las siete cuando me dediqué de lleno a la cruz, y mientras el oleo
se secaba lo suficiente como para trabajar encima corregía pequeños detalles
del fondo, que lo había pintado de rojo claro mezclado con un azul cielo, tal
cual me lo habían encargado, que no robe protagonismo pero que sobresalga.
Recién a las ocho de la noche paré unos minutos para tomar agua, ir al baño,
cosa que estaba aguantando desde hacía un par de horas, comí unas barras de
cereal creyendo que los valores nutricionales que aseguran poseer son reales y
puse a llenar con agua tibia la bañera con masajes, un pequeño lujo que pude
darme luego de vender mi primer cuadro en dólares, la bañera era una especie de
jacuzzi que lanzaba agua por unos tubos, el marketing y los vendedores hicieron
el resto.
Me acosté a las diez
de la noche. Me desmayé semi desnudo luego de una ducha caliente boca abajo
sobre la cama, el día siguiente tenía pensado dormir hasta que mi cuerpo
tuviese ganas para después retomar la actividad laboral. Mis párpados ya estaban
pesados cuando el sonido en la pared comenzó. Pensé que era mi sugestión, o que
estaba soñando producto de mi inconsciente, de mis deseos más perversos y
ocultos, era muy temprano para que alguien se encontrara teniendo sexo, si es
que existe una hora para eso. Comprobé que todo era real cuando Mindy comenzó a
suspirar y decir que le gustaba. Insulté al arquitecto y su precario grupo de
albañiles de países limítrofes por haber hecho las paredes tan finas. El ruido
de un chasquido me despertó por completo, como si alguien del otro lado de la
pared le hubiese dado un cachetazo al otro. Los suspiros de Mindy no tardaron
en ser gemidos, y de ahí a los gritos fue solo una cuestión de minutos. Yo,
mental y físicamente exhausto, solo me dediqué a tratar de imaginarla en acción
hasta que el sueño me venció.