Lucrecia
está internada para superar su adicción a la cocaína. No lo oculta ni siente
vergüenza de exponer sus problemas frente a todos cada vez que sale el tema.
Dice que esa droga es el “puto infierno”, que llega un momento en el que ni
siquiera se la disfruta pero que no se la puede dejar. Afirma haber estado
clínicamente muerta dos veces por esta sustancia, y que los doctores la
reanimaron a tiempo.
-La
segunda vez fue más grave – dice – Estuve muerta como tres minutos.
Desconozco
si es científicamente posible revivir a alguien que lleva ese tiempo fallecido,
pero supongo que también hay que agregar al relato la dosis de exageración que
todos incluimos en nuestras historias, y así una gripe de dos días se convierte
en un virus desconocido de una semana, una bronquitis en una neumonía, un dolor
de tobillo en una extensa rehabilitación kinesiológica, y un amor que no fue en
una vida de sufrimiento.
Lucrecia
me cae bien. Es un poco más grande. Dice que es la tercera vez que se interna,
la segunda por voluntad propia. Dice que lo hace por sus hijos, que tiene que
recuperarse por ellos. Eso me hace desconfiar de los tratamientos. Me cae bien
porque fue la primera en hablarme y la única que me defendió cuando un grupo de
internas me rodeó para golpearme.
Acá
las chicas me dicen que como soy una “muñequita” les quito protagonismo a
todas, pero que esto es hasta que se me gasten los maquillajes, que después de
eso ya no permiten entrar esas cosas a la clínica. Siempre me empujan por los
pasillos, o me ponen el pie para que me caiga, me rodean, me señalan con el
dedo y se me ríen, dicen que estoy borracha y que por eso me caigo. En el
comedor ninguna quiere sentarse al lado mío, porque dicen que seguro les vomito
encima. Estos momento me recuerdan a la época del colegio secundario, donde
todo el mundo me molestaba, hasta los varones, las palabras son las mismas, los
chistes también. Yo le dije a la doctora lo que me estaba pasando, y me dijo
que si todo el mundo está en mí contra a lo mejor es por algo que yo esté haciendo
mal. La doctora no me quiere, y si por ella fuese, de acá no saldría nunca más.
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Yo
le pregunté si me tenía envidia por algo, o por qué me tenía bronca. No
respondió, solamente sonrió y me subió la dosis de una pastilla para que
durmiera más tiempo. Creo que se llama Azucena, es una mujer normal, supongo
que hasta valdría la pena para un hombre darse vuelta para mirarla por la
calle, no sé si es casada o soltera, pero es mala y se nota que es frígida. Le
dije que necesitaba un hombre con urgencia.
-Mirá
pendeja – se ofendió – Si querés que te dé el alta empezá a cambiar tus
actitudes de estrellita, acá sos una más, acá no sos Vicky, acá sos la interna
Nº 3012, o en todo caso, acá sos Porcelana.
Se
sonrió al llamarme por mi apodo. Seguro piensa que no me gusta que me llamen
así. Los hombres me dicen de esa forma porque como tengo la piel muy blanca y
les gusto, dicen entre ellos que soy una muñequita, todo surgió de la
creatividad del Oruga. En cambio las mujeres aprovechan el mismo apodo para
reírse de mí, porque dicen que la porcelana es fría como mi corazón, y que se
rompe fácil y que yo soy frágil como ese material.
No
me molesta ninguna de las dos opciones. Que piensen que soy una muñequita es
lindo, y la fragilidad emocional no la considero una debilidad.
Lucrecia
me pregunta por qué no me defiendo cuando me pelean o me empujan. Yo le digo
que no sé, que no me molesta mucho en realidad, que voy a estar acá poco tiempo
y no quiero hacer lío.
-¿Poco
tiempo? – se asombró.
-Sí.
-¿Vos
sabés por qué estás acá?
No
respondo. No me interesa hablar de eso. Siento como mi mente bloquea todo tipo
de recuerdos. La miro de reojo. Ella se ríe y me da un pequeño empujoncito
cómplice.
-¿Ves?
– dice – Ya mirás como una loca y todo.
Nos
reímos juntas.
El
enfermero lindo pasa frente a nosotras y nos pregunta en qué andamos. Lucrecia
aprovecha y le pide yerba para el mate, él le dice que la acompañe que le
convida un poco y dice como al pasar que por la noche habrá en el salón un
concurso de talentos, que estamos invitadas a participar.
Se
van caminando juntos. Lucrecia se voltea para verme y me hace un gesto con su
mano y su boca, infla su mejilla empujándola con la lengua, se ríe. Siento
bronca.
Nunca
regresó con la yerba y me quedé sin tomar mate.
(Texto enviado por Porcelana, pertenece a su diario íntimo)
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