FRAGMETO DEL PRIMER CAPITULO DE UNA NUEVA NOVELA QUE RECIEN COMIENZA. BOCETO SUJETO A MODIFICACIONES GRAMATICALES.
Pero no fue eso la
gota que hizo que me enojara del todo. Pasada la una de la mañana del viernes
me encontraba entre dormido en mi cama, todavía vestido y con la televisión
encendida en volumen cero cuando la pared del respaldo comenzó a sonar,
pequeños golpecitos, como martillazos pero demasiado bajo, nadie colgaría un
cuadro a esa altura. Creía estar soñando, pero golpes más fuertes y más
continuados me estremecieron al punto de hacerme saltar literalmente del
colchón. Agudicé mis oídos para comprobar que sí, efectivamente alguien había
del otro lado de la pared golpeándola. Afiné mejor mi concentración, inclusive
me arrimé sin hacer ruido a la pared y apoyé la oreja en ella. Del otro lado se
escuchaban los jadeos de un hombre. Los golpes en la pared culminaron al mismo
tiempo que una mujer gemía largo, fuerte y tendido.
Pensé en golpearles la
pared y gritarles que se fueran a un hotel, pero estaban en su casa, podían
hacer lo que quisieran. Se me cruzó por la cabeza ir hasta la casa vecina,
tocar el timbre y plantearle el problema de forma educada, ¨disculpen, pero los
sonidos de sus manifestaciones románticas me impiden dormir con normalidad,
agradecería, de ser posible, que sean un poco menos apasionados¨. Estaba
colocándome el calzado, decidido a ir, pero había varias opciones, una y
concreta era que el hombre me cagara a trompadas, otra era que la mujer se
ofendiera y me denunciara por acoso y pervertido, a fin de cuentas yo estaba
pegado a la pared oyéndolos. Lo que realmente me impidió realizar en persona la
queja fue que mi vecina era una conocida de toda la vida, y toda la vida es
toda la vida, al menos de ella.
Mindy. Le decían Mindy
por un dibujito animado de una nena que tenía un perro y hacía líos por todo el
barrio. Era cinco años menor que yo, lo sé con certeza porque nuestros padres
eran muy amigos, además cumplimos los años en el mismo mes. Cuando yo jugaba a
la pelota en la esquina con otros chicos ella y el resto de las chicas se
sentaban en el cordón a mirar. Las más grandes miraban a los chicos, y las
nenas como ella solo peinaban a sus muñecas y hablaban de ser madres en un
futuro.
Ella vivía sola en la
casa de al lado, su casa de siempre. Sus padres, cuando ella tenía diecinueve
años tuvieron un accidente automovilístico en la ruta que involucró a un
camión, un colectivo de larga distancia y cuatro autos. El saldo fue trágico,
once muertos, entre ellos sus padres, y varios heridos. Su padre murió
instantáneamente dijeron los doctores, su madre por el contrario, debió ser
internada en un grave estado, pero no sobrevivió, falleció a la semana en la
clínica.
Recuerdo que fuimos al
velorio con mi papá, mi mamá por ese entonces ya se encontraba viviendo en
España. Todo el barrio le daba sus condolencias y el pésame, como si sirviera
de algo. Su tía, la hermana de su madre, era la única en el velorio que
lloraba. Mindy estaba sentada en un rincón, seria, pero cuando alguien se
acercaba a saludarla ella obsequiaba un sonrisa forzada, y terminaba ella
consolando al invitado. Ella ni siquiera vestía de negro y comía los alfajores
que el servicio del velatorio había preparado. Se puso de pie y caminó hasta una
mesa en busca de una taza de café y recién en ese momento sentí las ganas de ir
a saludarla.
-
No sé qué
decir – le dije – Así que prefiero mantener el silencio.
Ella sonrió por
primera vez en el día sin forzar la risa. Sus ojos se encendieron e inclinó su
cabeza para un lado.
-
Gracias –
me dijo en voz muy suave y dulce.
Me sentí bien conmigo
mismo, si querer estaba siendo el único que le había dicho algo que la ayudara.
Ella con sus dos manos sujetó las mías y volvió a agradecerme.
-
Lo estás
tomando bien – le dije muy suelto.
Su rostro se
endureció. Sus manos me soltaron. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se
apagaron. Sus labios comenzaron a temblar.
-
¿Te
parece? – dijo en voz alta y cortante. Se dio media vuelta y se fue.
Luego de eso estuvo un
tiempo sin siquiera saludarme. La cruzaba por la calle y nada. Si coincidíamos
en el quiosco o el mercado no me levantaba la vista, raro en ella que siempre
fue muy educada y simpática. Supuse que mis palabras la lastimaron, y pensando
en frío es lógico que una adolescente que no llora la muerte de sus padres es
porque no se está tomando el tema demasiado bien.
María Martina de los
Milagros Lavrov era su nombre completo. Mindy para los amigos. Mindy para el
barrio. Mindy para todo el mundo.
Me desvestí y me
acosté como corresponde. La noche estaba silenciosa y mientras recordaba con
cierta vergüenza mis fallidas palabras en el velorio de sus padres el sonido en
la pared comenzó nuevamente. Los jadeos masculinos eran tapados con creces por
los gemidos desmedidos de Mindy.
Sonreí por no pegarme
un tiro. Reposé mis manos sobre el estómago y mirando el techo sin ningún tipo
de excitación murmuré ¨que pendeja hija de mil puta¨.
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